Capitulo III - La protagonista ausente

La protagonista ausente

El lector desprevenido se halla in medias res, lanzado a un lugar extraño, lleno de personajes exóticos desconocidos y una densa trama que le cuesta entender. Podríamos recomendar la lectura de Las quintas de recreo, casas de campo de la aristocracia alrededor de Madrid del Dr. Miguel Lasso de la Vega Zamora pero, además de agotado y descatalogado, su tomo erudito obligaría al lector a empezar ab ovo, es decir al principio de todo, allá por 1580, cuando el conde de Villamor, que gozaba de enorme riqueza obtenida en Perú, dejaba en herencia terrenos y un palacio que, ampliados y muy cambiados, han llegado a nuestra época.

Ante la enorme tarea de abarcar más de cuatro siglos de historia, quizás sirva mejor al lector la técnica de in extremis, saltar al final, escuchar el resumen y a otra cosa. Bien, sencillamente, se murió una anciana en el 2012 y entregaron las llaves de su casita y jardín en la calle Alcalá a la alcaldesa de Madrid. Colorín colorado, este cuento ... ¡no ha hecho más que empezar!

Se producen dos enigmas. El más fácil de desentrañar, como sólo trata de unos siglos y una superficie quizás equivalente a pequeña ciudad amurallada como Ávila o Toledo, sería averiguar como una mansión en plena urbe llegó a estar tan carcomida por dentro. Según el SAMUR y equipo quirúrgico de Urgencias, el paciente precisó evisceración total, cadera de titanio (acero y ferralla según una de las enfermeras), y, lo más sorprendente, implante capilar integral en la forma de flamantes tejas.

Lo que ocurrió antes de ese incidente, lo dejaríamos para los historiadores si no fuese por el papel que ha ocupado la finca misteriosa en el imaginario de los vecinos de Canillejas durante décadas. Generaciones de chavales dicen haber saltado la tapia para explorar su bosque tenebroso y correr delante de airados guardeses y feroces perros guardianes. Para los turistas de autocar, la había comprado recientemente un millonario recluso holandés apellidado Seebacher.

El más atrevido de ellos, delante de la fogata de uno de esos campamentos del Ayuntamiento para los Juan sin pueblo cuyos padres no tenían dinero para llevarlos de vacaciones, juró que, encaramado a un árbol, había visto en el salón de baile a una extraña pareja, muy bien vestidos por cierto, marcándose un tango al son del clavicémbalo. A los empollones, que soñaban con ser guionistas de cine, quizás la Quinta les haya hecho pensar más en Anthony Perkins, Erzébet Báthory o F.W. Murnau.

Pero vayamos a lo más importante, ¿que fue de sus últimos moradores? Muchos habitantes de la Villa de Canillejas dicen nunca haberse cruzado con su más ilustre vecina. No obstante, algunas señoras de mediana edad aseguran que a veces le veían en la Calle Alcalá cuando iban a hacer la compra. “Doña Tatiana era muy maja y nos hablaba.” Este relato enternecedor recuerda a los vecinos de Salamanca o Sevilla que contaban que la Duquesa de Alba les dio los buenos días un domingo cuando bajaron en zapatillas a comprar el pan y el periódico.

La Excelentísima Señora Doña Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno y Seebacher, Condesa de Torre Arias, Marquesa de Santa Marta, Marquesa de la Torre Esteban Hambrán, Grande de España, falleció en Madrid el día 1 de octubre de 2012, habiendo recibido los últimos Santos Sacramentos. Hoy sigue muy presente en la memoria de todos, especialmente de los funcionarios municipales que se quedaron con el monumental quebradero de cabeza de como poner la Quinta al servicio del pueblo de Madrid sin poder averiguar su funcionamiento, ya que el factor o gerente no dejó ni un papel en la oficina; ningún inventario, instrucciones de donde están las llaves de paso. Incluso habrían agradecido el libro mayor de los últimos años para saber algo de su funcionamiento económico.

Después de agotar la exigua información proporcionada por el personal adscrito a la Casa, escuchar los testimonios de los lugareños que cosecharon patatas en la vega y lavanderas que lavaron en las pilas de piedra que se encuentran al lado de la fuente de La Minaya, los funcionarios tuvieron que recurrir a catedráticos ponentes de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Uno de ellos, recién llegado de viaje sabático en Japón, profesó a la Directora de Jardines de las Tres Quintas su pasión por la cultura nipona, el filósofo agricultor Masanobu Fukuoka y los fascinantes recursos literarios que aplican allí al paisajismo y a la jardinería.

De manera inadvertida, el catedrático ha sugerido una manera de enfocar este cúmulo de eventos incomprensibles. En 1922, un año antes de nacer la Condesa, el autor japonés Ryunosuke Agutagawa escribió un cuento llamado En el Bosque, sobre un asesinato, más conocido por la película Rashomon del director Akira Kurosawa. El comisario asignado al caso entrevista a sospechosos, testigos, la viuda y hasta, por medio de un médium, al mismo finado. Todos cuentan una versión distinta de lo que vieron y experimentaron; al final, ninguno de los relatos coincide.

Los avatares de la genética aristocrática condenan a las familias sin descendencia a desaparecer y la labor de perpetuar su legado pasa a otras manos. Examinaremos tres versiones conocidas sobre la vida de Doña Tatiana, con sus luces y sombras y siempre según los propios narradores. Si al lector no le convencen, siempre le queda el recurso de escribir su propia biografía no autorizada de la Señora.

La benefactora más generosa que ha habido en la historia reciente de España legó su enorme fortuna a su propia Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Esta mujer, adelantada a su tiempo, tuvo la visión de aunar la protección al medio ambiente con la recuperación del patrimonio histórico y crear lugares palaciegos para exponer sus obras de arte, biblioteca y hasta una maravillosa chimenea ornamental flanqueada por dos figuras escultóricas que sujetan un rosetón floral.

No le era ajena la importancia de la ciencia, un interés que compartía con su marido Julio Peláez Avendaño, físico. Además de crear el Premio Julio Peláez para Mujeres Pioneras en la Física, la Química y las Matemáticas, con una buena dotación, conocedora de la importancia de formar a las futuras generaciones de científicos, ha asegurado becas universitarias para jóvenes investigadores en neurociencia.

Los pretendidos ‘herederos naturales’, distanciados miembros de la familia Romanones, cuentan un escenario distinto, de una mujer ermitaña, agobiada por la falta de liquidez, que vivía en una casita baja de un dormitorio, que nunca salía y pasaba los días regando sus flores. Su marido, un cobrador de anuncios de cartelera de autopista, frecuentaba las juntas de compensación con otros terratenientes expropiados. Al fallecer su marido, la anciana cayó presa de los administradores de su fundación que, según las denuncias judiciales publicadas en la prensa, manipularon sus últimas voluntades mientras sufría una enfermedad de larga duración.

Se suceden las demandas y son llamados a declarar la médica que le trataba, el farmacéutico que le dispensaba medicinas de Alzheimer, notarios y peritos caligráficos que debían dictaminar si se había manipulado su firma. Al hedor de la ‘operación Padilla’, el caso también atrae la atención del Ministerio de Cultura, que abre diligencias para saber si un patrimonio histórico que incluye 8.000 legajos con las cuentas de Isabel La Católica, cuadros de Goya y Velázquez y 25.000 tomos incunables deberían estar en manos de un ente privado.

En un último intento, recurrimos al álbum familiar, para ver si las fotografías nos pueden transmitir algo que las palabras no logran. Intuimos algo más vital, familiar: una pareja enamorada de vacaciones en San Sebastián, largos viajes por carretera en un coche de lujo conducido por su chófer. Una mujer sonriente que lleva pantalones, con su perrito posando con el aplomo informal de la aristócrata en sus dominios.

La imaginación nos transporta a la vieja cancha de tenis al lado de la piscina; la revista ¡HOLA! abierta con una boda de sociedad, o una novela extranjera, abandonadas encima de unas espesas toallas de rizo en las tumbonas de la piscina; bebidas frías en vasos de tubo. Desde esta humilde y castiza versión de la Casa Kaufmann de Richard Neutra, se recuerdan maravillosos amaneceres encima del campo abierto, más allá de Canillejas, antes de que el OVNI estrellado de la Peineta, transubstanciado en oblea inmensa de la Catedral Wanda del Balompié, estropeara las vistas. Don Julio sujeta la bata para su mujer, que sale del ‘jacuzzi’ decimonónico exterior, calentado con restos de poda por la chimenea de los invernaderos, escondido de ojos indiscretos por un alto seto.

Como el comisario japonés, nunca sabremos lo que realmente pasó aquí. De lo que sí podemos estar seguros es que Torre Arias dará mucho que hablar durante años.

Fotos: Hemeroteca y Fundación Tatiana Pérez de Guzmán

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